Van Gogh. La vida by Steven Naifeh & Gregory White Smith

Van Gogh. La vida by Steven Naifeh & Gregory White Smith

autor:Steven Naifeh & Gregory White Smith [Naifeh, Steven & Smith, Gregory White]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias, Arte
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


JOHANNA BONGER, 1888

© Van Gogh Museum, Ámsterdam (Vincent van Gogh Foundation)

Las ambiciones intelectuales de Jo iban mucho más allá de la limitada instrucción que habían recibido las mujeres de la familia Bonger. Dominaba sorprendentemente bien el inglés (ya había traducido novelas cuando Theo la conoció) y se mantenía a sí misma como maestra, un signo de su prestancia holandesa que la distinguía de chicas francesas histriónicas como S. Su seriedad en lo sentimental y las fantasías románticas que tenía sobre el mundo real (amaba a Shelley y afirmaba que las novelas francesas eran «tontas») ofrecían a Theo el tipo de vida doméstica sin problemas con la que siempre había soñado. Convencido de que ella y sólo ella podría darle «el amor y la comprensión que anhelaban su corazón», como escribiría después, volvió al apartamento de la Rue Lepic poseído por la esperanza de que, antes o después, sus vidas se unirían. «Di que es un sueño si quieres», apostillaba.

Cuanto más soñaba Theo con un futuro junto a Jo Bonger, peor iba su vida con Vincent, hasta que se convirtió en una auténtica pesadilla. Como si quisiera castigar a su hermano por su larga ausencia y su corazón errante, Vincent convirtió el apartamento de la Rue Lepic en un infierno de peleas y disputas. Discutían por dinero, un motivo que enmascaraba otros más profundos, pues Theo controlaba cuidadosamente el nivel de gastos de Vincent y Vincent creía que el libro de contabilidad, en el que Theo apuntaba cada franco que no le devolvía, era una prueba de su intolerable dependencia. Discutían por la familia (invitaron a Vincent a unirse a Theo en el viaje a Breda pero rehusó) y también por la conducta antisocial de Vincent que Theo calificaba de «insoportable». Vincent no sólo había convertido sus vidas privadas en un infierno, sino que le demostraba su desprecio en público. Según Andries Bonger, que los acompañaba a menudo a cafés y restaurantes, «Vincent siempre trata de dominar a su hermano acusándole de todo tipo de cosas de las que no tiene la culpa». Theo describía a su tiránico hermano como «egoísta», «sin corazón» y «lleno de reproches» y concluía diciendo: «En fin, Vincent vuelve a ser él mismo y no se puede razonar con él».

Discutían sobre todo por cuestiones relacionadas con el arte, un tema que no discurría por las prohibidas sendas del resentimiento fraterno y dotaba a Vincent de la más potente de las armas: un pincel. La ola de contrariedad defensiva que inundó su estudio durante el verano, el otoño y el invierno de 1886 fue acompañada de otra oleada, pero esta vez de palabras, que desató una tormenta de argumentos tan feroz e implacable como las del brezal. Lo malo era que éstas no se podían guardar en un cajón para leerlas otro día. «Cuando [Theo] llegaba cansado no hallaba reposo», contaba Jo Bonger, «el impetuoso y violento Vincent empezaba a exponer sus ideas sobre el arte y el mercado del arte… hasta altas horas de la noche.



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